Shukri Ghanem lo sabía todo. Conocía cada uno de los sobornos y crímenes que el régimen de Muamar Gadafi había pagado con el dinero del petróleo.
Su cadáver apareció flotando en el Danubio el 29 de abril de 2012.
Cerca del cuerpo, pero no entre las ropas de Ghanem, se encontró un
cuaderno de notas, en una de cuyas hojas se mencionaban tres pagos a la campaña electoral de Nicolas Sarkozy por 6,5 millones de dólares.
A día de hoy se ignora de qué murió Ghanem, un hombre que horas antes
de su caída al río cenaba tranquilamente con su mujer y su hija en su
apartamento de Viena. Pudo ser un accidente, un suicidio o un asesinato. El antiguo primer ministro y zar del petróleo de Libia se llevó consigo un río de secretos. No era, como el propio Gadafi o
como los espías e intermediarios que han declarado sobre los pagos a
Sarkozy, un personaje acorralado y dispuesto a decir cualquier cosa con
tal de salvar la piel. Ghanem había estudiado en Estados Unidos, tenía buenos contactos en Europa (su pasaporte italiano fue un regalo de Silvio Berlusconi) y se sentía a salvo en su refugio austríaco. Desde que huyó de Libia en mayo de 2011, mientras se desataba la campaña de bombardeos francobritánicos impulsada por el propio Sarkozy, Ghanem habló con mucha gente pero no dijo nada. Suponía, probablemente, que su memoria, sus documentos y su silencio constituían la mejor garantía de seguridad. El 21 de diciembre de 1988, cuando una bomba derribó un vuelo sobre el pueblo escocés de Lockerbie
y causó 270 muertos, Ghanem vivía una vida plácida en Viena, donde fue
jefe del servicio de estudios de la OPEP (Organización de Países
Exportadores de Petróleo) y luego secretario general del cártel
petrolero. Dos libios fueron culpados por el atentado y el régimen de
Gadafi fue sometido a sanciones y a un severo aislamiento internacional.
El excéntrico coronel encargó a Ghanem que durante la
década siguiente dirigiera los esfuerzos por reintegrar a su país, y su
petróleo, en los circuitos comerciales. Como principal técnico de la
Corporación Nacional del Petróleo y luego como secretario del Comité
Nacional del Pueblo, cargo equivalente al de primer ministro, Ghanem cumplió la misión.
El pago de una indemnización de 2.300 millones de dólares a las
familias de las víctimas en 2003, realizado sin que el régimen asumiera
su culpa, completó el proceso. «Hemos comprado la paz», dijo Ghanem a la
BBC. En realidad, la reconciliación de Gadafi con los grandes líderes planetarios
culminó a finales de 2007, cuando el dictador libio viajó a París.
Nicolas Sarkozy había sido elegido presidente ese mismo año, tras una
campaña electoral carísima, con una cantidad asombrosa de actos públicos
y una producción televisiva propia de gran calidad. Incluso en Francia
causaron extrañeza los honores dispensados a Gadafi, a quien Sarkozy permitió montar un campamento beduino junto al palacio del Elíseo y desplegar su «guardia de amazonas» en detrimento de la policía francesa. ¿Cómo consiguió Gadafi todo eso? Según el juez Serge Tournaire, con un gigantesco soborno. Tournaire cree que Gadafi financió buena parte de la campaña electoral de Sarkozy en 2007.
Lleva cinco años investigando el asunto. Las primeras sospechas
surgieron en 2012, a raíz del hallazgo del cadáver de Ghanem y de los
documentos que llevaba consigo. Cuando se realizaron los presuntos
sobornos, entre 2006 y 2007, Ghanem ya no era primer ministro. Ocupaba
la presidencia de la Corporación Nacional del Petróleo, la única fuente
de divisas del país. Cualquier pago, regular o irregular, procedía en
último extremo de la caja de la CNP. Ghanem estaba al corriente. Menos de cuatro años después de la luna de miel parisina entre Sarkozy y Gadafi, la situación cambió por completo. Al calor de la llamada primavera árabe,
que había hecho caer la dictadura en la vecina Túnez y derribó al
dictador Hosni Mubarak en otro gran país vecino, Egipto, varias tribus
libias se alzaron en armas contra el régimen. Gadafi ordenó una
represión sin límites. Y Sarkozy decidió respaldar a los insurgentes «para proteger a la población civil». Convenció al primer ministro británico, David Cameron, y juntos consiguieron el respaldo de la ONU a una campaña de bombardeos contra las fuerzas gubernamentales. Ghanem
decidió huir. Tras un intento frustrado, el 16 de mayo de 2011 pasó la
frontera hacia Túnez y, con el pasaporte italiano que le había
proporcionado Berlusconi (como agradecimiento por ciertos contratos
obtenidos en Libia por la petrolera italiana Eni), voló a Roma y luego a
su querida Viena, el lugar donde había pasado sus mejores años
trabajando para la OPEP. Shukri Ghanem se encontró en una situación delicada. Proclamó su apoyo al caótico gobierno provisional libio, pero éste no lo aceptó.
Las nuevas autoridades sospechaban que Ghanem era el mejor aliado de
Saif al-Islam Gadafi, hijo del dictador, recién detenido y condenado a
muerte. (Saif
al-Islam Gadafi se benefició luego de una amnistía decretada por el
gobierno de Tobruk, enfrentado al de Trípoli, y aspira ahora a alcanzar
el poder). También le investigaban por presunta corrupción en la
gestión de la gran corporación petrolera libia. El antiguo primer
ministro, al que entrevistaron decenas de periodistas y espías tras su
fuga, había sido uno de los grandes sobornadores del régimen libio,
pero no se llevó ninguna fortuna. Alquiló un piso normal en Viena y
encontró un trabajo como consultor para una compañía austríaca de
análisis petroleros. Atendía con cordialidad a cualquiera que le llamara
o le visitara; no revelaba ninguno de los secretos que conocía. En
abril de 2012 se conoció el contenido de una auditoría interna de la
Corporación Nacional del Petróleo de Libia. Los auditores señalaban que,
durante su mandato, Ghanem había estafado a la compañía estadounidense
ExxonMobil, suministrándole petróleo de baja calidad, y
había concedido contratos ventajosos a la noruega Yara y a otras
sociedades, lo que abría la posibilidad de comisiones encubiertas en
contrapartida. Quienes optan por la tesis del suicidio creen que la
auditoría pudo hundir psicológicamente a Ghanem. Pero, dentro de los
desmanes y crímenes del régimen de Gadafi, aquella auditoría apenas suponía nada. Y ni la mujer ni la hija de Ghanem percibieron en él la menor angustia. A sus 69 años, gozaba de buena salud y estaba de buen humor. Tenía proyectos. La víspera de su muerte cenó alegremente con su familia. La
autopsia del cadáver reveló que la caída al río se produjo sobre las
cinco de la madrugada. El cuerpo, completamente vestido, no mostraba ninguna señal de violencia o intoxicación.
La muerte se produjo por ahogamiento. ¿Cayó Ghanem al río
accidentalmente, durante un extraño paseo de madrugada? ¿Se arrojó él?
¿Le arrojaron? ¿Por qué cayó también al río un cuaderno con apuntes
sobre pagos a Sarkozy? El misterio es muy espeso.
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